Venganza

 Aquella noche, estábamos con mi primo Manuel bebiendo unas cervezas en la terraza detrás de la casa, la noche estaba estrellada y había una luna llena en el cielo. 

Mis tíos miraban televisión en la sala.  En nuestro entorno, la quietud era interrumpida por nuestras risas.

Nos quedamos callados, oí las cigarras y a algún sapo trasnochador.

Habíamos estado reflexionando acerca del accidente que mató a Pablo Gómez. Fumábamos marihuana en la casa de la playa. Pero Pablo se fue al pueblo por trago. No supimos qué le pasó, pero el auto al doblar una curva se dio tres vueltas antes de estrellarse contra un árbol en el camino. Pablo quedó con la cabeza incrustada en el parabrisas. 

—El padre de Pablo aún nos echa la culpa—, dije.

—Nos odia, a mí más, por pasarle el escarabajo—, dijo Manuel.

Me levanté a buscar otra cerveza. Al mirar el fondo oscuro del patio, escuché un ruido. Le dije a Manuel que se callara. Manuel dijo que no creía en fantasmas, —“Pablo está muerto” —y rio en voz baja.

Entré a la cocina y tomé dos cervezas del refrigerador. La tía preparaba unos bocadillos y el tío continuaba mirando televisión.  Al salir,  por la puesta lateral de la cocina, mi tía dijo, “déjala abierta”. Hacía calor.

Volví a la terraza con dos cervezas y me senté en la silla mecedora. Manuel estaba sentado frente a mí, de espalda al patio. De nuevo, me pareció escuchar el crujido de hojas al ser pisadas…

¿Hay alguien allí?

Manuel se volvió a mirar.   « No hay nadie», dijo Manuel.

Bebimos nuestras cerveza en silencio. De sopetón la voz de José Gómez me hizo saltar, ¡desgraciados!,  el hombre tenía un cuchillo carnicero en la mano y chorreaba sangre. Manuel corrió al patio y yo me quedé paralizado, pero el viejo Gómez no me quería a mí, saltó afuera de la terraza, persiguiendo a Manuel.

Me metí en la casa, ¡horror!  mi tía estaba con cuello rebanado en la cocina. Mi tío se sujetaba las tripas que le desparramaban al suelo y,  Manuel, desde el fondo del patio pedía ayuda.  Corrí hasta él,  José Gómez le clavaba el cuchillo en el cuerpo. Me lancé a sujetarle la mano, pero él tenía una fuerza increíble, el filo de su cuchillo me hizo un tajo profundo en el antebrazo. Tenía que superarlo o el padre de Pablo apuñalaría  el corazón de mi primo.  Al reunir fuerza, logré, por fin, sujetarle la mano, torciéndosela. En un instante, cuando las fuerzas ya me faltaban, José Gómez dejó de resistirme «déjame, déjeme», me solicitó y su cuerpo se transformó en algo blando, lo solté. 

El viejo José Gómez se levantó, dejó caer el cuchillo y sin mirarme se perdió en la noche, silencioso, como había venido.

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