La fotografía

 

Me recuerdo de su muerte. La llevábamos desde un pequeño pueblo al doctor en la ciudad. El tren corría desbocado. El conductor avisó a mi padre, y él tuvo que avanzar afirmándose en las butacas hasta el carro donde, en una camilla, viajaba la abuela. Yo intuí que mi madre sospechaba la noticia. Mi papá regresó y se inclinó a hablarle al oído; recuerdo su mejilla tersa y bien afeitada, su boca con un bigotillo cuidado, mamá comenzó un llanto suave para no despertar al bebé que acunaba en sus brazos.

Luego hubo que disimular el resto del viaje, ¡sin llorar!  Papá lo organizó todo, bajaron a la abuela en una silla de rueda y la pusieron en el taxi.  Nos sentamos con ella hasta la casa de la tía, todo esto para que no fuera llevada de la estación del ferrocarril al hospital y cortaran su carne añeja.

Nada más.  Me dolía saber que no vería más a la abuela.

De regreso a casa.  El ruido del tren y el calor de la tarde de Marzo… la incomodidad del bebé, el grifo en el carro sin funcionar. 

Arribamos acongojados por la muerte de la abuela. La casa me parecía un bosquejo de tristeza. 

 Después el bebé se agravó y yo corrí en busca del médico, tres, cuatro cuadras, rogando que aguantará, que no se muriera, que esperará… Caminé de regreso sola, paso a paso y rezando.

Mi madre levantó su vista por un instante, buscando por el médico, luego gimió desgarradoramente, el bebé acababa de morir en sus brazos.

 Esa noche tuve fiebre y deliré. La abuela se había llevado a mi hermanito y, a la puerta de mi dormitorio, me llamaba a mí también. Sentí mi cuerpo flotar en el aire y entonces me agarré a las sabanas de mi cama con toda mi fuerza… 

Al día siguiente cumplí el deseo de mi madre, fui a buscar al fotógrafo para que tomará la única fotografía del bebé, entre azucenas blancas.

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