Mi esperanza

 Todo en mi entorno ha sido caótico durante semanas; mi mundo se ha ido desmoronando. La oscuridad me invade y, pálida y entumecida, espero un cambio.

De pronto, alguien golpea mi puerta en medio de mi desesperación.  Al abrir, la luz ilumina la figura de un veterano vestido con ropa de época antigua.   No espera mi permiso, pasa a sentarte en el sofá de mi habitación como si fuera un antiguo conocido. Le pregunto— ¿Quién eres?— y tarda en responder.

— Yo soy la esperanza antigua. Tú te has quedado sin ella y observas el mundo como si nada tuviera sentido. 

A pesar de su insólita respuesta, tiene razón. En este momento, mi única solución es superar mi cobardía y acabar con este cuervo anidado en mi pecho. 

«Alegra tu ánimo», dice, te mostraré la elasticidad de camino. 

El anciano se levanta del sillón, y desde mi puerta de calle salta al espacio, rebota unas cuantas veces ante mis ojos, hasta quedar firme de pie y moverse como si lo hiciera sobre el pavimento.

 —»Así también son los senderos para avanzar», —dice — como una malla debajo de un trapecio, agrega.  A continuación, el anciano alza su sombrero y se marcha; algo me dice que lleva consigo el ave negra de mi pecho. 

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