
Oí un grito desesperado que me interrumpió en medio de mi rutina.
—Por favor, abra la puerta; mi marido quiere matarnos.
Los golpes en la puerta eran apresurados y se podían oír el llanto de los niños en el fondo.
Giré el picaporte, y abrí la puerta. Entró una mujer joven seguida de una niña de unos seis años y un niño algo menor. Cerré la puerta sin comprender del todo lo que estaba pasando. Luego oí la voz del marido llamando: ¡Berta, Berta!, por el corredor del quinto piso. Los niños se aferraron a las piernas de su madre, asustados.
— Llamaremos a la policía—dije, algo perturbada por la situación en la que me veía involucrada. —Siéntese, por favor.
La mujer intentó sentarse en la silla que le ofrecí, pero los niños, que estaban paralizados de miedo, se echaron a llorar de forma histérica.
Los golpes a mi puerta no tardaron en escucharse. Nos había descubierto. La madre arrastró a los niños para esconderse en el baño y yo, debido a mi coraje que me nace frente a lo fortuito, abrí la puerta.
—La policía está a punto de llegar, le mentí y agregué, —Sus hijos están muy asustados.
El hombre dio un paso atrás y se apoyó en la barandilla del corredor, luego con un salto y quedó sentado con la espalda hacia el vacío.
—Si no salen, me tiro.— Tenía el cuerpo tenso y la mirada angustiada.
— Espere, dije.
Cerré la puerta y fui hasta el baño.
La mujer, que estaba sentada en la tapa del inodoro, se puso de pie de inmediato, y niños retrocedieron detrás de ella.
—Está fuera de sí y amenaza con tirarse—, le comuniqué nerviosamente.
—Es capaz de hacerlo. Cuando se pone de esta manera, es capaz de todo.
—Tal vez deberías salir para verlo.
Ella abrió la puerta de mi apartamento, la niña, con la resiliencia propia de su edad, corrió por el pasillo, seguida por su hermano.
—Si necesitas ayuda, ya sabes dónde vivo.
No volví a ver a ninguno de los cuatro, probablemente habitan uno de los apartamentos de la planta baja.