La parca

 

 

Era una noche de verano calurosa y húmeda.  De pronto, un esqueleto apareció ante mí.  Los años y los gusanos habían devorado toda su carne. He examinado y clasificado numerosos huesos en mi vida. Estos tenían forma alargada y el tabique nasal era pequeño entre las cuencas oscuras. Aún conservaba sus pómulos prominentes, los dientes sanos y fuertes. Su sonrisa era rígida, de oreja a oreja, igual que la de todos los esqueletos. Su pelvis era amplia, como la de una mujer.  

Tras la primera conmoción, la invité a sentarse y le ofrecí una taza de té. Sin pronunciar una sola palabra, aceptó la invitación con un tenue movimiento de su cabeza.

Me preguntaba por qué habría venido, revolviendo las cosas en la cocina.  Por fin, encontré la única taza de porcelana que me quedaba.  Le serví el té con un chorro de leche. 

Tomó con sus delicados dedos la oreja de la taza y se la acercó a la mandíbula superior. Luego hizo un gesto de dolor, como si se hubiese quemado la mano. Me apresuré a ofrecerle hielo, lo que ella rechazó con un gesto cortés.

Mientras le ofrecía galletas de chocolate, me volví a preguntar cuál sería su propósito. Aturdido, permanecí en silencio mientras los sonidos de la noche iban penetrando en el apartamento. 

De repente, se oyó música procedente de una fiesta que estaban celebrando los vecinos. El esqueleto, sin emitir ningún sonido, se puso en pie y comenzó a bailar al ritmo irregular de la salsa. Era muy gracioso.

Me llamó, extendiendo los dedos de su mano derecha en mi dirección. Colocó su mano izquierda en mi hombro derecho, dobló sus rodillas y dio pequeños pasos al ritmo de la música. Nos desplazamos a la derecha, seguidamente a la izquierda.

La música nos puso más animados y, sin poder dominarme, una exaltación impetuosa se apoderó de mí. La agarré por la cintura, la levanté del suelo y comencé una danza frenética llena de giros y contorsiones. Ella respondía a todas mis innovaciones con una precisión total. De manera asombrosa, todos los problemas reumáticos que llevaba años arrastrando desaparecieron. Mis huesos se sentían como si acabaran de ser engrasados. Bailé hasta que me faltó el aliento y me desmayé.

Descansaré en paz. 

 

 

 

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