Los grandes hacen cosas

 

 

      

 

—Los grandes hacen cosas —dijo Lucas. 

—¿Qué cosas?

—“Cosas”, respondió Lucas encogiéndose de hombros.  No  lo entendí, pero me sentí avergonzado de seguir con el tema. 

Mi padre me sorprendió anoche mirando por la abertura de la puerta y, enojado, me encerró en mi habitación, me amarró una mano a la perilla de la cama.  No sé cuánto tiempo durará. Prefiero que me golpee. Pero no. A él le gustan los lazos. Las usa en su dormitorio por las noches. Cierra la puerta, pero queda una abertura pequeña. Los veo desde allí. A él no le gusta que mi madre llore, aun así, ella lo hace.  La golpea para que se calle. La ata a la cama con las piernas y brazos extendidos. 

Se lo conté a Lucas en una ocasión.

—Eso se llama tener sexo, tonto – me dijo.

 Pienso que Lucas no sabe todo lo que hacen los grandes.

 Es de noche. No hay ninguna luz, ni siquiera en la calle. Necesito orinar.  Me estoy orinando. ¿Dónde está mi madre? De repente, la puerta de mi habitación se abre. Mi padre se tropieza con uno de mis juguetes. Se enfurece. Él está siempre enfadado. Se acerca a mí y me huele.

—¿Qué es esto? ¿Te measte, cabro de mierda? ¡Ahora vas a ver lo que es bueno! —exclama. Y alza la mano. 

Suena algo como el sonido al mover el pasador de un pestillo.  Y mi padre se derrumba de rodillas. Luego, se viene al suelo, inmenso. Casi me cae encima.  Es un gran objeto. 

Aparece mi madre tras él. Lleva camisa de dormir. Su mano delgada está temblando. Sostiene un objeto negro. Un arma de fuego.  Llora. Mi madre siempre está llorando.

—Solo pretendía… asustarlo… Solo quería que no te golpeara, no sé cómo esto se disparó, balbucea y la bota. 

Ahora yo lloro, y  sí, las personas grandes hacen cosas.

 

 

 

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