
Una vez existió un sastre que poseía un chaleco negro bordado con zafiros de África. Demetrio Pappas era el nombre de este hombre, quien vivía en la isla de Kasos. Un día, con su chaleco puesto, llegó al malecón en busca de transporte al continente, pero el costo del viaje resultó ser más caro de lo que tenía en el bolsillo. Sentado en el muelle, contó de nuevo las dracmas hasta el último céntimo. Le faltaban dos.
—¡Qué tienes, paisano! —le gritó un botero barbudo, acercando su bote.
— Quince dracmas—, contestó Demetrio.
— Quince y el chaleco—. Le propuso el botero.
— El chaleco no.
— Paisano, a mí me sirve de ayuda para navegar por la noche.
Se miraban a los ojos.
—Este chaleco es un recuerdo de mi difunto padre. Además, ¿llegaríamos a Atenas en su diminuto bote?
—Llegamos al fin del mundo, que es el lugar más lejano del planeta. Y escupió tres veces para alejar la mala fortuna.
—Quince dracmas.
—¡Y el chaleco!
El sastre lo reflexionó dos veces. Se complicaba despojarse del chaleco, pero deseaba ardientemente llegar a Atenas. La barca era débil, la travesía larga y el viento cambiaba. Por otra parte, quería vivir sus sueños. Sacándose el chaleco saltó al bote.
La isla se fue quedando atrás y la última gaviota volvió a la costa.
El botero se puso el chaleco cuando llegó la noche y siguió remando cuando el tiempo cambió repentinamente a tormenta.
Demetrio Pappas, al verlo navegar por las olas, se dio cuenta de que el misterioso barquero no era otro que Poseidón, con la misma barba tupida y rizada, la piel curtida por la sal del océano, los ojos profundos y oscuros, azules como las aguas del Egeo. El dios lo llevaba hacia la muerte, vestido con el chaleco de su padre. No iba a implorar, moriría dignamente, como cualquier mortal frente a un dios. De pronto, el botero se puso de pie para mover mejor la quilla. El sastre lo vio como un peñón de agua se le venía encima y, ante la muerte ineludible, se desmayó.
Demetrio se despertó cuando el Ferry que los rescató entró en el puerto. El capitán había evitado colisionar con el bote al ver la refracción de los zafiros en el chaleco del botero.